El pesebre de los egoístas

Para muchas personas, la Sagrada Familia no cabe más en el pesebre de Navidad. Son aquellos que abandonaron el proyecto cristiano para "tener la vida sólo para sí mismos".

 

Ustedes van a tener que perdonarnos la insistencia sobre el tal pesebre con dos "José", pero es una oportunidad única para hablar sobre la guerra cultural que se libra hoy ante nuestros ojos. Si en nuestro último texto evitamos hablar sobre el aspecto sexual de esa batalla, ahora se nos hace inevitable analizarlo, dado el carácter claramente sexual de la propia blasfemia en análisis.

 

Sabemos, no es raro que aparezcan personas diciendo que los cristianos conservadores hablan de moral sexual con una obsesión casi fanatizante. - ¡Hay tantos otros pecados a ser abordados en las predicaciones! ¿Por qué la insistencia en esto? - Concordamos con la afirmación de que los pecados hay otros muy peores. La soberbia y la envidia, que son los pecados de los ángeles decaídos, son mucho más graves que los pecados dichos carnales. La verdad es que, según el juicio de San Alfonso de Ligorio, doctor de la Iglesia, "noventa y nueve por ciento de los réprobos es por el pecado de la impureza que se condenaron" [1]. Y Nuestra Señora de Fátima dijo a los tres pastorcitos que "van más almas al infierno a causa de los pecados de la carne que por cualquier otra razón". Tal vez deberíamos acusar a este santo doctor y esta santa Señora de obsesión también? Ciertamente no.

 

Además, los que acusan a los religiosos, con el dedo, de hablar demasiado sobre sexualidad, normalmente lo hacen no por oposición sólida y fundamentada, sino por una cuestión de incomodidad. Naturalmente, a las personas no les gusta ver los propios pecados denunciados en público. Aunque sus nombres no sean pronunciados, aunque las miradas de quien predican ni siquiera estén dirigidas a ellas, las verdades de fuera despiertan lo que está adentro: las conciencias.

Y, en nuestros tiempos, cuántas no son las personas tratando de sofocar esa voz! ¡Cuántos no son los cristianos que, no luchando por vivir de acuerdo con su fe, terminan por creer en el modo en que viven! ¡Cuántos otros, aún, no van aún más lejos, militando por el nuevo "estilo de vida" que deciden seguir - y contradiciendo abiertamente el Evangelio y la doctrina de Cristo!

 

Es lo que queda patente en el pesebre de los dos Josés. Allí no hay ninguna propuesta concreta de Navidad, sino tan sólo una deconstrucción de lo que es la verdadera Navidad, de lo que es verdaderamente la religión cristiana, de lo que realmente significa la Sagrada Familia.

Más que criticar, sin embargo, esa "problematización", hay que dejar bien claro contra lo que, muy concretamente, nuestra modernidad está luchando.

 

Para ello, vamos a servir de una enseñanza lapidaria de Santo Tomás de Aquino, que, preguntando si Cristo debía nacer de una virgen dada en matrimonio, nos presenta una razón especial: "La Madre del Señor fue casada y virgen, porque en su persona es honrada tanto la virginidad como el matrimonio, contra los heréticos que detractan aquella y éste.

 

Ahora bien, lo que se puede decir aquí acerca de María Santísima es igualmente aplicable a la figura de San José: los dos fueron vírgenes y realmente casados uno con el otro, y con eso Dios procuraba enseñar a todos los hombres el valor que tienen tanto, el celibato, la virginidad y consagrados a Dios, como el matrimonio.

 

No, la Iglesia Católica no cree que todas las personas fueron hechas para casarse. El mismo Jesucristo no hallaba esto: "Porque hay eunucos", Él decía, "que lo son desde el vientre de sus madres, hay eunucos tornados tales por las manos de los hombres y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por amor del Reino de los cielos "(Mt 19, 12). Evidentemente, no se trata aquí de mutilar los propios genitales, como hizo Orígenes al inicio de la Iglesia. Jesucristo está hablando de un sacrificio espiritual - cuyo sentido "no todos son capaces de comprender" (v.11) -, pero que realmente forma parte de la vivencia de los discípulos del Señor desde el comienzo de la Iglesia.

Dos son, por lo tanto, las decisiones de vida simbolizadas en el pesebre, en las imágenes de la Sagrada Familia: la decisión, "por toda la vida", del Matrimonio; y el voto, también perpetuo, de quien se abstiene de la sexualidad por amor a Dios. Parecen dos extremos contradictorios, pero no lo son. Son compromisos profundamente vinculados uno al otro, de modo que las grandes crisis humanas, cuando afectan a una de esas vocaciones, terminan inevitablemente alcanzando la otra.

 

El gran problema del celibato sacerdotal, por ejemplo, que los hombres de nuestra época parecen no querer asumir, andan de la mano con el gran fracaso moderno del matrimonio, como ha notado una vez, con gran perspicacia, el Papa emérito Benedicto XVI:

En cierto sentido, esta crítica permanente contra el celibato puede sorprender, en un tiempo en que cada vez está más en la moda no casarse. Pero este no casarse es una cosa total, fundamentalmente diversa del celibato, porque el no casarse se basa en la voluntad de vivir sólo para sí mismo, de no aceptar ningún vínculo definitivo, de tener la vida en todos los momentos en plena autonomía, decidir en cualquier momento cómo hacer, qué quitar de la vida; y por lo tanto un "no" al vínculo, un "no" a la definición, un tener la vida sólo para sí mismos.

 

Mientras el celibato es precisamente lo contrario: es un "sí" definitivo, es un dejarse guiar por la mano de Dios, entregarse en las manos del Señor, en su "yo", y por lo tanto es un acto de fidelidad y de confianza un acto que supone también la fidelidad del matrimonio; es precisamente lo contrario de este "no", de esta autonomía que no se quiere comprometer, que no quiere entrar en un vínculo; es precisamente el "sí" definitivo que supone, confirma el "sí" definitivo del matrimonio. [...] Y si esto desaparece, será destruida la raíz de nuestra cultura. Por eso, el celibato confirma el "sí" del matrimonio con su "sí" al mundo futuro, y así queremos ir adelante y hacer presente este escándalo de una fe que funda toda la existencia en Dios. [2]

 

Aquí llegamos, entonces, al punto central de la crítica moderna tanto al matrimonio como a la virginidad. Las personas que mueren de odio por ver a un sacerdote o una monja que no se casaron son, por increíble que parezca, las mismas que quedan aturdidas al encontrarse con una familia de hijos numerosos. ¿Esquizofrenia? Incoherencia? ¡No! La ojeriza de la modernidad no es tanto a la moral eclesiástica o la alianza matrimonial, sino a cualquier cosa que represente compromiso, donación y fidelidad. El síntoma de que hablamos aquí es otro, pero la enfermedad es la misma. Su nombre es egolatría.

 

El más triste es que, a pesar del relativismo con que muchas veces las personas tratan esos asuntos, todos sin excepción son capaces de reconocer los frutos maduros del verdadero amor. En la Navidad, por ejemplo, todos quisieran ver las propias casas abarrotadas de gente, con hijos, nietos y sobrinos corriendo de un lado a otro, un cónyuge del lado y muchos amigos con quienes se reuniera. Pero, sin embargo, muchas de las elecciones que nosotros, los jóvenes, hacemos en el presente sólo nos llevarán a la soledad, a la tristeza y la desesperación. Esos frutos amargos, también, todos somos capaces de ver: son los frutos que inevitablemente cosechan todos los que han dado "un no al vínculo, un no a la definición", prefiriendo "tener la vida sólo para sí mismos".

 

Nos corresponde a nosotros decidir, en gran parte, el destino que vamos a tener, todo dependiendo del ejemplo que nos disponemos a seguir. Si nuestras casas estarán adornadas, en esta Navidad, con un bello pesebre, que nuestras familias imiten entonces a la verdadera familia de Nazaret -y no a la familia "fake" de quien prefirió dar cuerda a las propias pasiones en vez de gastarse por Dios y por los demás.

Al final de cuentas, ¡cómo es triste la vida de quien se deja llevar por el egoísmo!

 

Fuente: https://padrepauloricardo.org/blog/o-presepio-dos-egoistas

 

 

Referencias

1 - Mons. Ascânio Brandão, Meu ponto de meditação, Taubaté: Editora SCJ, 1941, p. 80s.

 

2 - Papa Benedicto XVI, Diálogo con los sacerdotes en la clausura del Año Sacerdotal, 10 de junio de 2010.

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